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Luces del Alba


Llevaba todo un año caminando... parando, observando. Callaba y caminaba...y observaba. Sus ropas estaban raídas y sucias, llenas de agujeros. Se había acostumbrado a viajar de noche, por lo que incluso el sol del atardecer le mordía ahora las pupilas. La visera de un sombrero viejo le proporcionaba ese oasis de sombras a sus cansados ojos.


Una de esas tardes llegó a un campo espléndido lleno de verde y de flores. Llevaba tanto tiempo en sus asuntos, que ni siquiera observaba ni sentía aquello que la naturaleza le estaba regalando. Las hierbas le rozaban suavemente como invitándole a mezclarse con ellas, pero él hacía caso omiso y seguía vagando sin rumbo. En medio del campo topó con una casa, que no había visto antes. Estaba delante de su camino, pero su pensamiento abstraído le otorgaba a su visión una fina venda de seda que entelaba la realidad de su mente, engañando a sus ojos... De cualquier manera, no la vio hasta que no estuvo casi encima de ella.


Se disponía a rodearla cuando la puerta se abrió de par en par. Un anciano apoyado en un bastón tallado en madera de roble, salió a recibirlo y le llamó por su nombre. Él paró en seco y se acercó a aquel hombre. Solo le bastó una mirada del anciano para hacerle pasar dentro, mientras la noche extendía su manto azabache sobre aquellas tierras.


El anciano se sentó en una silla junto a un fuego a tierra y una mesa provista de algún que otro manjar y bebida, y le invitó a degustar la inesperada cena. Él se sentó en otra silla que había al otro lado de la mesa. Por un instante volvió al presente, disfrutó del calor de las llamas y de la exquisita cena, y del vino... El vino tenía un sabor extremadamente delicioso, pero le era muy poco familiar; como si fuese algo distinto. Además a cada sorbo que le daba a aquel vaso de barro, parecía que el anciano se volvía más ágil e incluso perdía las arrugas. Entonces, y una vez acabada la improvisada cena; el ya no tan anciano hombre le miró fijamente a los ojos y con tono serio le dijo:


-Llevas tanto tiempo deambulando que ni siquiera sabes en que día estás. No sabes ni siquiera quién eres aunque crees saberlo. Tus ropas están tan viejas como lo que crees que oculta tu mente, en cambio las suelas de tus zapatos siguen intactas. ¿Te has preguntado por qué? ...Llevas tanto deambulando de aquí para allá... pero bebe tranquilo, lo necesitas. Aunque solo por hoy. Llevas tanto tiempo andando sin mirar, que no te has dado cuenta de que viajas en círculos; y tu camino es tan suave que ese es el motivo por el cual tus zapatos siguen nuevos. En cambio tus ropas no han aguantado el camino.


Mientras él seguía bebiendo, el anciano ya no era más que un hombre de mediana edad.


-¿Sabes a dónde te diriges? ¿Por qué te ocultas del sol? ¿recuerdas que es un amanecer? ¿Has visto últimamente las luces del alba? Creo que no, hace mucho que dejaste el camino que sube a la montaña.


El hombre de mediana edad, antes anciano, ahora era un joven de veinte años. Y se parecía tanto a él, que creyó formar parte de un sueño. Pensó que el vino le había nublado tanto la vista, que estaba viendo visiones. El ahora joven prosiguió.


-No estás ebrio, ni siquiera estás bebiendo vino.Y sí, yo soy tú hace un par de décadas. Me estás convirtiendo en un anciano solitario en tu mente aferrada a su pasado. En lo que pudo hacer y no hizo. Te has visto, y ahora también lo estás haciendo. Esta expresión que ves en mi cara, esta voz casi arrogante y juvenil que oyes es tu voz. Nunca la has perdido, simplemente la has modulado al tiempo. Y el tiempo ni siquiera te tiene en cuenta, no sabe que existes. Esta mirada llena de sueños y esperanzas sigue contigo. Pero tú la has empañado y entristecido con el tiempo...y el tiempo ni siquiera te tiene en cuenta, no sabe que existes. Has dejado que tus ropas se enquisten en tu piel y puedes ver las mías, nuevas y cambiantes. Has dejado que el tiempo te guíe...pero el tiempo ni siquiera te tiene en cuenta, no sabe que existes. Pero no es tarde, este será nuestro próximo intento. Así que cuando mañana despiertes, quiero que mires las luces del alba como hacías antes, y que recuerdes todo aquello que sentías entonces y lo traigas al presente. Quiero que lo sientas ahora...el tiempo ni siquiera te tiene en cuenta, y nunca sabrá que existes; pero tú también puedes olvidarlo a él. Así pues mañana, después de las luces del alba, pondrás vida...vida al tiempo... a los años.


El joven desapareció en ese preciso instante y él se quedó dormido en un profundo sueño. Pasaron las horas y se despertó de repente con una inhalación súbita de oxígeno y el palpitar fogoso de su corazón. La casa ahora era vieja, sin fuego y sin ventanas. Sin comida ni restos del día anterior, ni siquiera hubo resaca. Se alzó con un brío renovado y corrió hacia el exterior. El sol empezaba a salir por el horizonte, y después de unos tonos anaranjados y rojizos que inundaron el campo de flores... Se hizo la luz, esa luz que solo tiene el alba. De renovación, de renacimiento, y su alma y sus pulmones se llenaron de alegría y aire puro. Sus ojos vieron por fin. Las hierbas y las flores le acariciaban y le alimentaban el olfato. El rocío refrescaba su piel y sus entrañas. Su ropa ahora era nueva, y no solo su ropa...desde ese día supo que la vida transcurría en un solitario día. Pronto se acercarían las bellas luces del atardecer, que dictarían su paso por la vida. Y luego...luego la noche, y las estrellas...


El tiempo ni siquiera te tiene en cuenta, no sabe que existes...Pero mañana puedes ver las luces del alba, el sol sale cada día para todos y cada uno de nosotros. Esta vez, tú pondrás tus conclusiones, tú verás la reflexión final.


Por Jordi Luna

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