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Foto del escritorJordi Luna

LA LLUVIA

Actualizado: 6 feb 2021

Las gotas ahora eran cada vez más finas, el compás era lento y ahora el tintineo sobre los barrotes oxidados de la antigua verja era evidente. La tormenta remitía, el trueno se alejaba y aunque no podía oírlo, ya sabía que podía salir al patio trasero. Un chubasquero de color rojo le cubría el cuerpo, y unas botas de agua del mismo color brillaban ahora por los charcos. Le encantaba ese olor de pureza mezclado con la naturaleza, ese olor a limpio y a hierba mojada, esa sensación de frescura en la cara y sentir el chapoteo de sus pies en suelo. El clima del lugar era propicio para sentir esas sensaciones sobre todo en otoño. Con la caída de las hojas, se formaba una alfombra de tonos anaranjados, rojizos y amarillentos que tapaban el camino hacia la carretera principal... Asira no tenía más de siete años cuando sus padres se mudaron desde la gran ciudad hasta allí. Asira no hablaba, así lo decidió. Ella dejó de hablar después de aquel accidente de coche en el que también perdió el oído, el shock emocional contribuyó a todo lo demás, perdió dos sentidos en un solo día, y eso fue lo único que se perdió aquel día. Sus padres se trasladaron a un lugar más tranquilo esperando una reacción en ella, quizás la tranquilidad del campo haría algo en su interior y no recordaría el accidente viendo aquella ciudad día tras día. Su abuela cuidaba de ella mientras ellos trabajaban... Asira salía después de cada tormenta, pues en el día fatídico también llovía, y eso precisamente fue lo último que oyó, la lluvia cayendo en el alquitrán mojado ; creó una extraña conexión en su subconsciente. Salía por que esa lluvia era totalmente diferente, no había olor de humo, goma quemada,etc..las sensaciones táctiles y olorosas eran un arcoiris en su mente, no como el caos que vivió años atrás.


Con las primeras lluvias de otoño, al salir a pasear, llevaba consigo dos botes de cristal. Abría cuidadosamente uno de ellos y corría con él en alto como queriendo atrapar la esencia y olores de la lluvia recién caída, luego lo cerraba y volvía a hacer lo mismo con el segundo, pero esta vez más lentamente; como si esa segunda vez quisiese atrapar un perfume, entonces cerraba muy fuerte el segundo bote. Luego en casa, los días de calor, abría el primer bote y se empapaba de esa sensación que la hacía volver a la lluvia, la pureza, el recuerdo. Los días de mayor ansiedad, abría el segundo bote, como si éste tuviese mayor concentración de calma, y se tranquilizaba. Los días de sol, simplemente no salía; sin darse cuenta había creado alrededor de sí misma, una verja oxidada que envolvía su zona de confort, la lluvia la protegía o eso más bien pensaba ella. Tan solo era una niña y no entendía muchas de las cosas y de los entresijos de la mente; eso y su inocencia hacían que no cayese en un pozo sin fondo. Su abuela, ya apenas tenía que preocuparse de ella mientras sus padres se ausentaban, o no salía o si salía miraba por la ventana y la veía llenando sueños en botes de cristal.





Pero un día todo eso dio un giro inesperado. Después de parar de llover, salió como siempre, cogió sus "botes de lluvia" y siguió el camino como tantas veces. Entonces una vez alejada de la casa, resbaló con las hojas del suelo y los botes salieron despedidos de sus manitas impactando contra el tronco de un árbol, y haciéndose añicos. ¡Asira no podía creerlo! su cerebro se saturó al ver esa imagen y se asustó tanto al verse desprovista de sus cofres de calma natural, que corrió sin rumbo y en dirección contraria a la casa. El sol surgió de entre las nubes más brillante que nunca, lo que le hizo asustarse aún más. Y sin querer llegó corriendo hasta la carretera principal que cruzaba el pueblo. Por aquel entonces su abuela ya la buscaba, nunca se había escapado y no comprendía que había pasado. Llegó hasta la carretera, lo que aún trajo más recuerdos. Lluvia, carretera mojada, sombras, pues los árboles ahora solo dejaban pasar algun rayo de sol. Se quedó paralizada en medio de la calzada. Entonces un coche se acercaba al lugar, giró en la curva y al salir de ésta...Una niña vestida con un chubasquero rojo estaba allí plantada inmóvil, el coche frenó en el asfalto mojado chirriando con sus ruedas. La abuela a lo lejos venía corriendo como podía y contemplaba la escena. Asira veía el coche y a sus pasajeros, éstos eran sus padres que estaban de vuelta. Imaginad la escena. El coche finalmente se detuvo a un metro de la niña, mientras la abuela gritaba y los padres salían presos del pánico. Asira no pudo aguantar más, abrió la boca y arrancó un grito sordo durante unos segundos. Los padres la apartaron de la carretera mientras la abuela llegaba también al lugar. Los tres la miraban ahora y veían como quería gritar...y pasó; de sus cuerdas vocales dormidas surgió un grito desgarrador y con tanta potencia que tuvieron que taparse los oídos. Duró lo que parecía una eternidad, entonces volvió en sí, se secó las lágrimas de su rostro mientras la miraban sorprendidos. La abrazaron y lloraron todos juntos, el padre hizo a un lado el coche sacándolo de la carretera. Y al volver con ella se obró el milagro, empezó a llover pausadamente, como muchos otros días. Asira se levantó con una sonrisa y dijo con su nueva voz: -No solo puedo sentirla, ¡también puedo oírla!. Y miraba a todos lados, reconociendo sonidos y más sonidos mientras ellos miraban a su hija sorprendidos; pues ¡estaba de vuelta!... Aquel día recuperó los sentidos perdidos, pero eso no fue lo único. Recuperó su vida, agradecía cada mañana todo lo que tenía, y no dejó de salir día tras día con un botecito de cristal en su mente para atrapar la esencia del sol, la lluvia, el viento, el día, la noche...y ya nunca más dejó de atrapar sueños... Por Jordi Luna




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