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La cascada


Cuenta la historia, que las hadas del lugar se bañaban en las aguas de un arroyo junto a una pequeña cascada que saltaba las rocas elevadas. El agua caía a borbotones en la superficie y proseguía su camino. Las aguas eran totalmente cristalinas ese día. Sí, ese día, pues ésta cambiaba de color según los pensamientos de las hadas. En días de ira se tornaban rojas, azules con la dicha, oscuras con la tristeza, verdes con las esperanzas. Y eran solo sus aguas las que cambiaban, no así ellas, pues las hadas eran los seres más bellos jamás vistos, y jamás se volverán a ver igual. Su piel de seda resplandecía con el sol, y sus cabellos dorados se iluminaban en la noche alumbrando las aguas. Sus ojos desprendían el color de la luna llena y sus voces...sus voces cantos de sirena...o tremendas sinfonías de mil batallas.



Solo una mirada furtiva podía verlas allí desnudas, vestidas a veces con finas gasas. Solo una mirada las veía, solo una mirada. Y las contemplaba impasible pues él las ordenaba, él las conducía sin ser visto, él las cuidaba, las poseía y las desechaba.



Sus voces se confundían con el golpeo del agua, pero a veces él, las conducía a través de la cascada. Y detrás de ella había una cueva oscura que ellas iluminaban. El ruido del agua era distinto al otro lado, y a medida que avanzaban en la cueva; el ruido se apagaba y sus paredes aparecían talladas de preciosas joyas de todos los colores, columnas de oro, cortinas de plata. Y al final del todo, había una gran mesa de roble repleta de copas de néctar divino, grandes sillas a los lados y luces forjadas con la luz de la luna y olor a incienso...y dulces arpas, las cuales tocaban transformando la cueva en una inmensa y dulce melodía mientras bebían y cantaban. Para después descansar rendidas hasta el alba.



Él era consciente de ellas fuera de la cueva, en la cascada. Pero dentro, aún intentando controlarlas...allí se desataban. Y ese cierto control que podía ser estresante afuera; en lo más profundo de la cueva descansaba. Y él podía cerrar sus ojos e imaginarlas, y mandarles grandes deseos y algunas palabras, que suavemente se instalaban entre ellas, sus canciones, sus silencios, sus almas...frases poderosas que quedaban marcadas en las paredes preciosas. Frases poderosas que en la calma de las calmas quedaban instaladas. Y al nacer el nuevo sol, las hadas despertaban. Y salían veloces hacia la cascada cruzando el agua, mojando sus cuerpos rejuvenecidos en la noche y aireándolos con las primeras luces de la mañana. Entonces resplandecían con un brillo que incluso a él...le cegaba. Una vez acostumbrado a su luz, otra vez a su libre albedrío quedaban. Y la cascada no cesaba, y sus voces despertaban...



No es ninguna fantasía, existen dichas hadas. Él eres tú, y ellas tus deseos; y la cascada tus pensamientos que nunca cesan de caer en las aguas de tu vida. Envía estas hadas a través de lo consciente, al más profundo inconsciente dentro de la cueva. Y deja que ellas lo adornen con bellos sueños, envía profundas palabras...tus sueños harán el resto. Por muy negras que bajen tus aguas, y aún creando tus propios demonios; éstos no existen... allí solo se bañan las hadas, cuida de ellas!!! Y como dijo aquel: "Ten cuidado con lo que deseas, se puede convertir en realidad".



Tus ojos pueden verlas...ahora duerme y despierta a las hadas.


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