Surcaban los mares con sus enormes aletas chapoteando en la superficie, yo desde el barco observaba la impresionante escena. Agarrado a la barandilla de cubierta, recordaba la historia que un día mi padre me explicó sobre esas grandes criaturas. Hacía frío, pero esos cantos, esos llantos desgarrados hipnotizaban todos y cada uno de mis sentidos. Simplemente escuchaba, la luz de la luna se encargaba de poner la luz exacta a aquella experiencia profunda. Escuchaba...el viento, ligero, las olas...el lamento. Era una mezcla de dolor y deseperación. Una sinfonía que penetraba por las orejas pero que llegaban más allá del aparato auditivo...
El lamento de la ballena, lo recordaba como si fuese ayer mismo. Era pequeño y entonces mi padre me despertó para salir a contemplar aquel espectáculo. Mientras oíamos esos sonidos que enfocaban directamente al alma, me explicó la historia...
Tiempo atrás, mucho tiempo atrás, todo estaba en perfecta conexión con el universo. Los océanos, las montañas, los cielos, el viento, la lluvia, las plantas, y toda criatura viviente que existía. Todo giraba en un mismo sentido, hacia un mismo destino. Pero el hombre se encargó de romper la armonía que reinaba en la naturaleza, desconectándose de ella. Entonces las entrañas de la tierra empezaron a removerse, pues podía ver el futuro. Y se entristeció al ver que necesariamente habría de dividir toda esa tierra unificada. Y dio paso a enormes y devastadores terremotos. Éstos provocaron enormes fuegos y movimientos sísmicos. Mucho se perdió entonces...Todo cambió para siempre, como lo conocemos hoy. Y del núcleo de la madre naturaleza, el núcleo terrestre; emergieron unos sonidos agudos, otras veces graves, como un llanto perdido en la noche, como un sollozo escondido y lejano. Un sonido quejumbroso pero calmado...un lamento. La tierra estaba llorando... Ese lamento que surcaba las profundidades marinas, fue recogido por las grandes ballenas que cruzaban los mares, perdidas en busca de su nuevo hábitat. Y lo aprendieron, y lo imitaron y lo subieron a la superficie. Y aunque pocos le hacen caso, ese lamento es el llanto de una tierra que cada vez menos soporta el dolor de tantas y tantas pisadas, tanto asfalto, tanto peso...Y de vez en cuando ese sonido sordo para nosotros, lo recogen las ballenas. Y aún hoy, cada vez más, lo suben a la superficie. Pocos lo escuchan, pero las entrañas de la tierra lloran y llora por nosotros, pues para ella no existe la pena como tal, como nosotros la percibimos...
...Y mientras recordaba esa historia, mi mente volvía poco a poco de aquel maravilloso trance. Podía oír sus voces, estaba en perfecta conexión con ella. Con sus lamentos, con la tierra... ¿y tú, puedes oírla?
Por Jordi Luna
Comments