Y todos los días después de la rutina, subía hasta la muralla. En sus húmedas piedras se sentaba, y observaba lo que había dejado atrás mirando hacia abajo. Si todo era tan pequeño desde arriba, ¿Qué lo hacía tan grande todo allí abajo? ... Quizás fue la distancia, que hizo que la mirada exterior encontrara la sintonía con la mirada interior. De todas formas, no sirvió de mucho al volver allí abajo, y sin embargo volvía cada tarde arriba....Quizás debiera subir y aprender, para después olvidar bajar...
El roble nació cerca del agua, estiró sus raíces para llegar aún más a la orilla y poder ver el mar. Incluso inclinó su tronco a propósito para sentirlo más de cerca. La erosión lenta pero inagotable de las olas del mar, le ayudaron en su empeño. Quizás podría haber vivido más de cien años como todos sus hermanos, pero antes de esos cien, irremediablemente cayó al agua...
Quizás su sueño era hacerse a la mar, nadie le dijo que no podía hacerlo...
Se escondía detrás de un espejo, ella reflejaba todo aquello que de lo que de ella se esperaba. De lo que los demás esperaban de ella. Así pues, su alma estaba llena de futuros y sueños ajenos. Llegó el día en que no pudo más y decidió que quizás debiera vivir su vida. Sabía que romper el espejo le traería siete años de mala suerte, pero lo rompió en mil pedazos ante las atentas miradas de sus creadores de futuros...Le siguieron siete años interminables de pena, seguidos de una vida plena que se le hizo corta. Pues lo bueno parece, y solo parece, durar dos veces menos que lo malo.
Quizás debió romperlo antes...
Por Jordi Luna
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