Suave y solitario, sigiloso pero sabio; el silencio escucha las palabras que no dicen nuestros labios... Entró en la habitación y se sintió solo, no había allí nadie más que él. Entonces cerró las "puertas de la percepción" y su ego hizo el resto... El enfrentamiento verbal duró tan poco, pero fue tan intenso que esos diez, veinte minutos parecían haber sido años. Al menos a juzgar por la gravedad de las palabras, que llevaban años esperando a salir por las dos partes. El rencor se hizo fuerte en el ambiente y se instaló la ira, se dijeron cosas aquel día que nunca debieron ver la luz, nunca unos labios debieron espirar tales barbaridades. Pues solo unos minutos después, el arrepentimiento entró tímido, pero entró a escena. Entonces el silencio apareció como respuesta; la tormenta, la calma. Creyó ver en sus ojos la misma verdad que en los ojos opuestos, pero los semblantes permanecían rígidos, impasibles y serios. La estancia se hizo incómoda para los dos, y el aire se tornó enrarecido ahora que la discusión había terminado. Tantos fueron los reproches, tanto y tanto lo dicho, tanto ambiente caldeado; que se volvió difícil respirar el mismo aire. La habitación cada vez se hacía más pequeña literalmente. Pero al abrir la puerta para salir, pues ya no quedaba oxígeno ni palabras, le obligó a quedarse un poco más; y la tensión encendió la mecha de una dinamita vieja. Explotó y se consumó la ira, la envidia y la desgracia, la tristeza y la desidia, el odio y la desesperanza ...y se encendió una nueva llama. Se encendió una nueva llama, y ésta no quemaba, no ardía, no dañaba. Salió esta vez solo, y el mundo quedó cambiado. Salió solo, y encontró a más gente, y gente antes olvidada, más aire, más alegría, más felicidad, y sobre todo... Sobre todo encontró paz, una carga muy pesada quedó aquel día consumida entre las llamas. Sobre todo encontró paz; espacio. El mundo cambió, y no sólo para él, no sólo para él... El mundo cambió y se inició una nueva vida donde nunca jamás hubo preguntas y preguntas internas. Nunca más hubo un día con una pesada carga... ¿Quizás se podría decir que volvió a nacer? Por lo menos se reinventó. Y eso fue lo que pasó en la estancia aquel día, pero ¿a quien dejó en la habitación?... Entraron los dos...Salió solo....y allí se quedo su ego. El ego es una barrera tan alta y profunda, que perdemos la conexión con la vida y con nosotros mismos. ¡Olvídalo en un cajón para siempre!
Por Jordi Luna
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