El río fluye en calma, no desespera, no se apresura, no se para. Solo sigue su camino, entre los árboles, las rocas, el camino de madera, las hojas. El viento lo acaricia y el sol lo ilumina, la luna lo convierte en un oscuro lienzo donde ella puede verse reflejada...
Cuentan que Sirah lo vio por primera vez con diez años. Ella no recuerda cuando ni como se quedó sola, no recuerda quién eran sus padres, ni siquiera si los tenía. Vivía en una oscura cueva y solo salía al atardecer, cuando todo quedaba en calma, y el sol le proporcionaba la luz justa para ver y para no dañar sus ojos cansados. Se alimentaba de los frutos que allí crecían y bebía de un arroyo. Este arroyo cruzaba entre dos grandes rocas, por lo que quedaba oculto sin apenas luz, y no era más que una pequeña vena que se escapaba de la fuente principal, para volver a ella unos metros más adelante. No conocía apenas sentimiento bueno o malo. Amaba ver las estrellas desde su cueva y conocía el miedo de la noche, y los ruidos del día. Pero permanecía ajena a casi todo.
Una mañana oyó lo que parecía un rugido, cerca de la cueva. Y el miedo pasó a un pánico antes no conocido. Sirah por instinto salió a la luz del día y corrió sin rumbo con el corazón intentando salir por sus costillas. Corrió tanto que llegó hasta el río, y al llegar a lo que parecía un camino de madera, se detuvo en seco. No podía más, se arrodilló en el camino con sus manos en el pecho y miró hacia el agua cristalina, entonces un grito ensordecedor salió de su boca ahuyentando a toda bestia que existiese por allí cerca. Ahora aún sentía más miedo. Se tumbó en el camino esperando ser devorada, acurrucada contra el tronco de un árbol...pero nada pasó. Volvió a alzarse, y sigilosamente se acercó a la orilla...miró muy lentamente hasta ver unos ojos grandes y redondos que la miraban directamente. Se echó hacia atrás rápidamente tapándose la boca para no gritar, y lentamente otra vez volvió a mirar...esta vez aguantó un poco más y con su mano intentó tocar aquella cara que la miraba desde la superficie. Entonces la imagen se hizo difusa al tocar el agua, pero poco a poco volvió a coger forma, y es entonces al ver el movimiento de sus manos también reflejadas en el agua, que se dio cuenta de que era su reflejo. Lo observó por horas, escudriñando cada recoveco se su anatomía; extrañada, sorprendida, ilusionada...¡era la primera vez que se veía a sí misma! Era la primera vez que de verdad se paraba a contemplarse, se imaginaba de una manera muy diferente, pues la mente trazó sus imágenes en su pensamiento y creo un ser. Pero ahora se veía realmente, y no se juzgaba...simplemente se había encontrado. Era diferente a como pensaba, y eso no la asustó ni la entristeció. Al contrario, la lleno de un sentimiento que jamás había experimentado.
Entonces decidió vivir la luz del día. Cada mañana se contemplaba muy alegre en el río, comía los frutos de los árboles cercanos y escuchaba a las aves y los sonidos de la brisa en las hojas y las hierbas. Había descubierto otra vida. Entonces pensó que ahora que era libre, iría más allá. Quiso cruzar el río que era poco profundo, pero al meterse dentro se dio cuenta de que era muy difícil avanzar, y volvía a la orilla cansada. Lo volvía a intentar y luchaba contra la corriente, pero ésta siempre vencía, lo que la agotaba aún más. Intentaba en vano parar el agua con sus manos, y esta fluía a través de sus dedos... pero al fin, se rindió y se dejó llevar. Se dio cuenta que era imposible luchar contra el río, pero en cambio, si seguía su flujo, éste la transportaba en sus aguas como una simple hoja. Sin luchas, sin perder las fuerzas. Así que en seguida aprendió como dejarse llevar para cruzar el río, y como volver dejándose llevar. Sirah se llevó consigo una valiosa enseñanza aquellos días. Después de huir, descubrió que lo que más había temido era su propio reflejo, su verdadero yo, conocerse realmente. Y aprendió que no se puede luchar contra la naturaleza, la vida... pero sí dejarse llevar por ella y fluir junto a ella.
Sirah lo descubrió con ¿diez años he dicho?...Quizás fuesen veinte o treinta, cuarenta puede ser....pero Sirah no es una persona; es un estado, un pensamiento, un cambio, un momento. Y Sirah vive en todos y cada uno de nosotros, está ahí dentro...¿A despertado Sirah en ti?...
...El río fluye en calma, no desespera, no se apresura, no se para. Solo sigue su camino, entre los árboles, las rocas, el camino de madera, las hojas. El viento lo acaricia y el sol lo ilumina, la luna lo convierte en un oscuro lienzo donde ella puede verse reflejada...
Por Jordi Luna
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